Yo ya estaba acostumbrado a las historias de duendes y espantos, la viuda y la llorona.
Medianoche
Era ya de noche cuando mi abuela se puso de pie y me dijo, ya es muy tarde, es hora de dormir. En seguida me envió a mi cuarto. Ella se quedó en la cocina.
La casa era antigua, de paredes de tapia, una mezcla de arena, barro, paja; con una mezcla de barro y cemento se "estucaba" y con "cal" y un "isopo" se pintaba.
Eran casas de pueblo, con el techo de caña y teja, el cieloraso se hacía igual que las paredes. La luz de las bombillas no era muy fuerte y formaban figuras con la sombra todas las irregularidades de las paredes.
En un pueblo tan pequeño, por las noches se escucha todo; escuchaba el río, el viento, incluso si alguien iba caminando por la calle.
Aunque no tenía sueño, sí estaba cansado, y me dirigí a mi cuarto. No había televisión, ni radio.
Apenas llevaba dos días viviendo con ella. Estaba sóla. Mi abuelo había muerto hace apenas una semana y mis padres me pidieron que la acompañara.
Estaba en mis 16, ya había pasado un poco por adolescente rebelde que no quería ni estudiar y había ya aprendido algunas cosas de la calle, fumaba, tomaba, enamoraba a las muchachas, y así pasaba. Ésta parecía una oportunidad para alejarme de mis padres, así que acepté.
Después de muchos años yendo a la casa de mis abuelos, era amigo casi de todo el pueblo. Me divertía en cantidades. Iba a divertirme en cantidades. Pero ése día, ése día cambió todo.
Como la mayoría de casas de la época, el piso de las habitaciones se construía en madera, muy dispareja y con juntas muy abiertas que dejaban ver el fondo. Así pues, se escuchaba muy claro cuando alguien caminaba en la habitación.
Yo ya estaba acostumbrado a las historias de duendes y espantos, la viuda y la llorona, y de los rezos para defenderse, pero ése día fue diferente.
Entré a mi cuarto, era el único que aún tenía el piso de madera, la luz tenue invitaba a descansar. Era el cuarto donde dormían mis abuelos. Desde niño, en vacaciones, siempre había visto mis abuelos descansar ahí.
El cuarto era pequeño. Apenas entrabas en él estaba la cama de mi abuela, al través, la de mi abuelo al derecho, formaban una "ele". En seguida del marco de la puerta estaba un baúl, guardaba en su interior, aún, algunas prendas que vestía mi abuelo.
Mi abuelo era un hombre inteligente, tinterillo del pueblo, vestía elegante, con camisilla, camisa, chaleco, pantalón, saco y corbata, usaba sombrero, zapatos elegantes y un bastón, tenía 96 cuando murió. Quisiera hablar más de él, pero ahora vamos a ése día.
El siempre fue mi favorito, y llorando, cada vez que pude, se lo dije, hasta ahora en donde descansa.
Tal vez éso fue lo que nos llevó a ése día.
En ése pueblo hace mucho frío, pero ése día estaba más helado de lo normal. Me cambié mi ropa para dormir y me metí en la cama. Tomé mis dos cobijas y me envolví en ellas. Me cubrí la cabeza e intenté dormir.
No sabía ni la hora, daba vueltas sin poder siquiera cerrar los ojos. Las noches son muy oscuras acá y el frío aumentaba.
Entonces, pasó, no lo creía pero lo sentía. Se hizo un silencio muy tenebroso, el frío atravesaba las cobijas y hasta mi ropa, la oscuridad más intensa.
De pronto, el primer grito, pero no de una persona, era de un toro, gemía muy fuerte, parecía decir algo, parecía asustado, pidiendo ayuda o señalando algo, como cuando los perros se quedan quietos ladrando y mirando al horizonte.
Yo quedé inmóvil y un escalofrío recorrió mi cuerpo, tuve mucho miedo, pero sabiendo que el sonido era de un ganado, pensé en calmarme. Pero el frío seguía inclemente, y los nervios y el escalofrío no pasaban, en realidad estaba intranquilo.
Fue entonces cuando pasó.
El toro no dejaba de bramar, fuerte y desesperado, ya no parecía normal y, de un momento a otro se silenció, parecía haber terminado pero sólo bajó el volúmen de su queja.
Yo no sacaba la cabeza de las cobijas, ahora sí estaba asustado, pero no tanto como cuando escuché crujir la puerta que, con ése rechino de las bisagras oxidadas y el crujir de la madera, se fue abriendo; ya conocía ése sonido.
No supe qué hacer, quería gritar, quería preguntar, eres tú abuela? quería salir corriendo pero estaba en shock, esperando que ocurriera lo peor.
Fue escalofriante!!
Y fue ahí cuando el siguiente sonido me dejó aún más helado; un paso, la madera del piso crujía, luego otro paso, y entonces un golpe, como cuando lo haces con una vara, inferí entonces que era mi abuelo.
Ésa rutina de sonidos la tenía presente, era mi abuelo!! Y aún así yo continuaba petrificado.
En un acto de valentía, no sé porqué, intenté ver por encima de las cobijas, había una luz tenue, amarillenta como de una vela.
Cuando lo logré, él estaba ahí, en su cama, recostado como siempre lo hacía, se ponía su pijama, como las de la época de la colonia, un enterizo de franela, abrigado, se metía en la cama y se cubría con una sábana, como si fuera un cadáver en una morgue.
Fue lo último que vi. No sé si me desmayé o simplemente me dormí. O fue un sueño?
Cuando desperté lo primero fue contarle a la abuela. Sonrío, me dejó atónito, le juré que era verdad. Sonrío de nuevo. Luego me explicó.
Eso sucede, dijo, por la cercanía entre ustedes; él te visita porque te está protegiendo. Quiere verte dormir tranquilo. No te asustes. No tengas miedo. Él es tu ángel de la guarda.
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