LA VISITA.
Esta es mi historia, una historia difícil de creer. Ana Luz es el nombre que elegí, un seudónimo para poder dar a conocer mi experiencia. Y no importa el lugar en donde actualmente vivo, solo diré que está situado en un paraje de la provincia de La Pampa.
Fui mamá de una hermosa niña llamada Florencia, el papá apenas se enteró de la concepción se marchó de nuestras vidas. Iniciar esa etapa fue difícil, mis padres me apoyaron como pudieron, pero no es igual que estar acompañada por aquella persona que elegiste como compañero de vida.
Con tiempo, paciencia y perseverancia pude salir adelante, egresé como profesora, encontré un buen trabajo bien al sur de Buenos Aires. La emoción de superar lo que suponía el peor momento de vida era indescriptible, esto importaba, haber logrado las metas anheladas de independencia, y demostrar ante la gente que sí pude.
Con tiempo, paciencia y perseverancia pude salir adelante, egresé como profesora, encontré un buen trabajo bien al sur de Buenos Aires. La emoción de superar lo que suponía el peor momento de vida era indescriptible, esto importaba, haber logrado las metas anheladas de independencia, y demostrar ante la gente que sí pude.
Opté por mudarme de la casa de mis progenitores, una decisión que a hoy me sigo reprochando, ya ven, es imposible volver el tiempo atrás. Retomando la anécdota, para entonces solo éramos Florencia y yo, el domicilio al que nos habíamos cambiado era un dúplex de dos habitaciones en planta alta, y el baño, cocina comedor en planta baja, chiquito, pero más que suficiente para nosotras.
La extrañeza se hizo presente a los pocos días de estar en el departamento, a pedido de Flor había solicitado el servicio de internet por medio de una empresa prestataria, como sabrán los usuarios de Arnet, dicha empresa te coloca quieras o no el servicio de teléfono fijo anexado al de internet.
Por lo antedicho es que me pareció muy extraño que el mismo día en que me habilitan el servicio, dicho teléfono sonara entrada la madrugada, supuse que eran malas noticias, los únicos que tenían el número eran mis padres. Preocupada bajé a planta baja y levanté el tubo del aparato esperando oír alguna desgracia.
—¿Hola, quién habla?
—…
Repetí la misma pregunta dos veces, pero nadie respondió, solo el silencio incómodo y una respiración entrecortada hacían de respuesta. Corté la llamada y volví a subir al dormitorio, antes de acostarme pasé por la habitación de mi hija para ver cómo estaba, Florencia dormía tranquilamente.
Pasaron dos semanas, y mi nueva rutina se intercalaba entre la jornada laboral diaria y el cuidado de Flor, contraté a una chica llamada Viviana para que me ayudara en el resguardo de la nena, todo iba normal o eso pensaba. Sin embargo, la realidad era muy distinta y dentro de poco me lo demostraría.
Al entrar en confianza con Vivi, me comentó que mi hija hablaba mucho por teléfono con su abuela. Todas las tardes religiosamente alrededor de las 17 entraba una llamada y entonces Flor dejaba de hacer lo que estuviera haciendo para atender el teléfono. Hasta ahí nada fuera de la normal, solo una abuela que se preocupaba por su nieta.
No obstante, al poco tiempo me daría cuenta de que efectivamente alguien llamaba a mi hija y no era exactamente mamá. Cierto fin de semana platicando con mi progenitora le agradecí por las molestias de llamar a Flor todas las tardes.
—Hija, hace mucho que no hablo con Flor. ¿De qué hablas?
Esa afirmación bastó para ponerme la piel de gallina, si no era mamá, ¿quién hablaba con mi hija ¿Quién era esa persona? Desde ese instante comencé a prestar atención a lo que hacía la nena, y no tardé mucho en hallar lo extraño.
Decidí pedir una licencia de cinco días para estar pendiente de Florencia, y efectivamente como había dicho Viviana, tipo 17 horas alguien llamaba a la casa.
Esperé dos días y siempre veía que mi hija atendía emocionada el teléfono, llegado el tercer día, sin que ella se percatara me acerqué despacio por detrás y de un arrebato le saqué el tubo.
—¿Quién eres?, ¡deja de molestar a mi hija! –. Pronuncié casi a los gritos.
—Pronto…
Acto seguido la persona, del otro lado, colgó abruptamente el teléfono. Se trataba de una voz tétrica, cavernosa, ¡una voz siniestra de mujer anciana! Bastó una milésima de segundo para imaginar miles de cosas en la mente. Requerí explicaciones a Florencia y ella tranquilamente respondió:
—Es mi amiga Laura.
—¡Por el amor de Dios, hija! ¿Quién es Laura?
—Mamá, no te preocupes, ella es una abuelita muy buenita que siempre me habla.
—¡¿Qué?!
—Laura dijo que vendrá de visita, ¡por fin la voy a conocer, mami!
Lejos de calmarme la situación me daba mala espina, alguien entabló amistad con mi nena. Tragué saliva, abracé a mi hija sin saber qué decir, adrenalina en todo mi cuerpo y piel de gallina en ese instante. ¿Cómo continuar una vida normal ante lo extraño? ¡No hay forma! Estaba fuera de mí, no me quería separar por un instante de Florencia. Sentía que algo muy malo iba a suceder…
A la semana de esta llamada, una noche de jueves luego de cenar, acosté a mi nena para que durmiera. Ella en el momento de recostarse pronunció unas palabras que helaron a mis huesos.
—Laura viene hoy, mami.
—¿Cómo? –respondí con voz quebrada y en profundo shock.
Sin darme cuenta Florencia dio un salto, salió de la cama y se fue corriendo planta baja, reaccioné y fui tras ella. Abajo en medio del comedor en plena oscuridad estaba mi hija parada y mirando fijamente la entrada.
—Vamos, mi vida, hay que dormir –exclamé.
—Laura ya está aquí.
Y en aquel segundo casi me desmayé, el timbre con su molesto sonido comenzó a sonar, ¡rin, rin, rin!... Aterrada observé bajar lentamente el picaporte, y en tanto se abría la puerta una corriente muy fría de aire se hacía presente, horrorizada al ver una persona parada en el umbral de la entrada, mi instinto de supervivencia me puso en alerta y sin pensarlo dos veces tomé a Flor y subí corriendo las escaleras.
Ingresé desesperada en mi dormitorio y cerré con llave la puerta, no podía respirar, me faltaba el aire en los pulmones y el corazón bombeaba a más no poder, una y otra vez me repetía en la cabeza: “Esto no me puede estar pasando, esto no me puede estar pasando”. Simultáneamente escuché una explosión y con ello las luces del departamento se extinguieron.
Quiero que imaginen por un instante lo horrible de esa noche, una persona (o fuera lo que fuera) estaba adentro y para colmo reinaba una oscuridad absoluta, en el pasillo de la planta alta oían un montón de pasos, como si varias personas buscaran algo desesperadamente por el lugar.
Habían transcurrido varios minutos y en consecuencia mis ojos se acostumbraron a las tinieblas, muerta del miedo divisé que en la esquina del cuarto estaba parada una mujer con algo cargando entre brazos, esa persona caminó lentamente hasta atravesar y desaparecer en una pared.
Habían transcurrido varios minutos y en consecuencia mis ojos se acostumbraron a las tinieblas, muerta del miedo divisé que en la esquina del cuarto estaba parada una mujer con algo cargando entre brazos, esa persona caminó lentamente hasta atravesar y desaparecer en una pared.
—¡Laura quiere jugar conmigo! –exclamó Flor.
Y dicho eso abrió la puerta y se marchó del dormitorio, en ese instante me recobré del shock de ver a la supuesta Laura; el instinto maternal hizo sacar fuerzas de donde no las había y superar el terror absoluto para salir tras mi hija.
La mente me pedía a gritos: “Ándate, ándate, trae a la policía”. Pero quien es padre o madre sabrá bien que por un hijo se hace todo. A paso lento me dirigí a la pieza de Flor, guiada por los murmullos inaudibles de mi hija.
Su habitación era la única con luz eléctrica en el departamento, Florencia se hallaba parada al lado de la cama mirando a la pared y cargando algo muy pesado en brazos, pero dada su posición no tenía ángulo de visión para ver de qué se trataba.
Su habitación era la única con luz eléctrica en el departamento, Florencia se hallaba parada al lado de la cama mirando a la pared y cargando algo muy pesado en brazos, pero dada su posición no tenía ángulo de visión para ver de qué se trataba.
—Mi niña, ven conmigo, mami te sacará de aquí.
Hice un paso y otro más y no pude seguir avanzando, el terror me paralizo, mis piernas no me respondían, el cuerpo no obedecía las órdenes impartidas en mi mente y todo parecía transcurrir en cámara lenta.
El departamento que había alquilado no era amoblado, salvo en una habitación donde se hallaba un ropero de algarrobo viejo, el mueble era de esos rústicos con puertas pesadas de doble hoja, debido a su tamaño y su estilo retro opté por quedármelo, este cuarto pasaría luego a ser de Florencia.
De dicho ropero se abrieron súbitamente las hojas y desde el pequeño cubículo de madera para guardar ropas, se estiraba una mano grotesca con la piel muy pálida y uñas negras. Y, finalmente para el horror total, se asomó la cabeza de una mujer, no le pude ver el rostro, su larga caballera impedía eso.
Florencia se acercó lentamente al mueble y en un abrir y cerrar de ojos esa cosa la abrazó fuertemente, en ese instante mi nena soltó lo que cargaba consigo y se oyó un crujido de algo rompiéndose. La luz del foco comenzó a titilar y lo último que recuerdo ver, es a esa mujer introduciendo a Flor de un jalón súbito en el mueble.
No sé cuánto tiempo estuve en el piso, llorando y llamando a mi hija por su nombre, cuando revisé el ropero no había nada allí, era otro ropero normal y corriente como cualquier otro. Con respecto a lo que se cayó de manos de Florencia, no me atrevo a contar, es algo que me produce muchas pesadillas.
Nunca comuniqué nada de lo sucedido a nadie, ni a mis padres, ni a la policía, ¿acaso alguien me creería? ¡Me tratarían de cualquier cosa si les dijera que vi desaparecer a mi hija en un ropero! Simplemente desaparecí, me mudé a esta provincia en donde estoy ahora y reinicié mi vida, bah, si es que a esto se le puede llamar reiniciar.
Y por más que trato nada es igual, lo vivido me persigue, pero lo que más duele es no saber qué paso con mi hija, ¿en dónde estará? Es la maldita pregunta que me hago todos los días…
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